Dar mérito y reconocimiento a las autoridades que dejaron obras por inaugurar, obras en marcha y obras ejecutadas, debería ser la actitud honesta de los actuales alcaldes, pero el ego los trastorna y desubica, jamás reconocen que quienes los antecedieron, les dejaron el camino abierto para continuar sus trabajos.
El poder los marea, se creen infalibles, dueños y amos de sus subalternos, la venia y el saludo con honores mi señor alcalde, mi palabra es la ley… Y así, se transforma la vida de quienes fueron ciudadanos de a pie.
El pueblo no es ingenuo, observa y juzga cuando estos elegidos, inauguran obras que no les pertenece y se vanaglorian haciéndose aplaudir cual magos de inexplicables milagros.
Reconocer, es de hombres y mujeres de bien, pero lamentablemente estamos en un escenario, en donde el más “vivaracho” se lleva el protagonismo de la película, apareciendo como “el gran salvador”.